jueves, 7 de mayo de 2015

Día 9 Wolfach - Schiltach - Rotweiller - Monasterio Allergheligen - Durbach

La lluvia nos acompaña todo el día. Sobre todo las primeras horas de la mañana, donde no nos da tregua y resulta un odisea caminar con el paraguas, el viento y el chaparrón. Tenemos suerte y al llegar a Wolfach es una fina llovizna la que nos presenta este pueblo, rodeado de montañas y atravesado por el rio Kinzig, de aguas transparentes y rápida corriente. Curioseamos por el mercado que se celebra en sus calles y regresamos al coche rápido antes de que nos alcance el chaparrón.

Nos detenemos en Schiltach. El aguacero es importante, llevamos los pies, los pantalones y la cabeza mojados, pero no nos resistimos a pasear por cada una de las páginas de este cuento. Es un pueblo espectacular, todas las casas y las calles están cuidadas hasta el último detalle. Cuando la humedad ya se ha instalado en nuestros cuerpos decidimos tomar algo en un café.







Nada más entrar averiguamos donde están todos los turistas. Allí el calor, las tartas y las infusiones son las delicias de los visitantes.


Por fin nos decidimos por la tradicional tarta selva negra. Deliciosa y algo borachita, jejeje. Tenemos la suerte de conocer a dos matrimonios españoles que rondan los 50 y que han decidido aparcar las bicis hasta que pare la tormenta. Nos asombramos cuando nos cuentan que están haciendo sus vacaciones en bici de montaña. Unos auténticos aventureros que despiertan nuestra sana envidia.

 

Una vez secos y de nuevo con la temperatura corporal recobrada nos marchamos de nuestro cuento y terminamos vagando por las carreteras. Tenemos la suerte de que están varias carreteras secundarias en obras y nos desvian todo el tiempo. Entramos en una espiral de la que no podemos salir y llega el momento de crisis en el que nos hacemos preguntas existenciales como: ¿a dónde vamos?, ¿de dónde venimos? Ya es muy tarde, no tenemos comida ni hay civilización cercana. Sacamos el mapa de carreteras y conseguimos deshacer el laberinto. Cerca de las 16 horas llegamos a un restaurante de carretera. Es nuestra salvación, sirven comida todo el día así que sin dudar nos pedimos algo que creemos intuir que son salchichas o quizás no...Cuando llega la comida vamos a necesitar más de una cerveza para apagar el fuego de la lengua.
Hacemos una breve parada en Rottweiller, ciudad que pone nombre a la conocida raza de perros. Antiguamente ellos eran los encargados de cuidar al ganado. La ciudad no tiene grandes secretos que mostrar. Su iglesia, por dentro, es bonita y silenciosa, pero poco más.

 


Para mi lo mejor de Rottweiller es que es la ciudad previa a la visita del Monasterio Allergheligen.




Aquí me siento como si me hubieran invitado a vivir un capítulo de Juego de Tronos. Hay silencio, hay quietud, restos de un monasterio que en su día seguro que presentó batalla.


Nos damos una pequeña caminata hasta llegar a las wasserfalls. Bajamos una cantidad incontable de escaleras que después subiremos porque la noche se acerca y no hacemos la ruta circular. El bosque que nos acompaña es abrumador. Solo encontramos a una familia y a una pareja en nuestra excursión. La soledad del lugar pesa sobre nosotros.


 










Al finalizar el paseo entramos en la tienda y el centro de interpretación donde vemos la maqueta que nos muestra como era el lugar en su origen.









Anochece y vamos camino d Gengenbach. La carretera de uevo nos mece entre viñedos. La lluvia no nos detiene y decidimos ver los pueblos que reinan sobre las vides.





Ha parado la lluvia y aparecen los caracoles, valientes y sin sol.


Y como no, momento histórico en el que por primera vez, en el extranjero, el contador de kilómetros se pone a cero y vuelta a empezar.




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