Nos calzamos las zapatillas de montaña e iniciamos el camino a través de una de las múltiples sendas.
Nos acompaña el sol durante gran parte del camino. El entorno esta limpio, cuidado. La pista es de terreno firme y nada pedregoso. Es un placer encontrarnos con bancos a lo largo del recorrido en los que puedes sentarte y observar el paisaje o leer fragmentos literarios que hay inscritos en piedras. Una pena no saber alemán.
Llevamos de todo en la mochila para preparar una rica comida, pero un gran nubarrón parece planear destrozar nuestra idea. Por suerte, los alemanes presumen de eficaces y allí, enmedio de la montaña, nos encontramos con un refugio apto hasta para los más escrupulosos.
Sacamos el pan, la ensalada, los tomates, yogures...y mientras comemos dejamos pasar la tormenta.
Regresamos a Gengenbach y descansamos un poco en la casa en la que nos alojamos.
Cenamos en el restaurante donde lo hicimos la primera noche y damos un último paseo nocturno. Mañana nos queda un día largo y lleno de paisajes nuevos en Heidelberger
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