Nos marchamos temprano de Heidelberg. Dejamos el coche en el aeropuerto de Frankfurt, las maletas en la consigna y cogemos un tren que nos deja en la estación central de Frankfurt.
Frankfurt es una clara muestra del mestizaje de Alemania. En esta ciudad se mezcla lo antiguo con lo actual, lo tradicional con lo moderno, la riqueza con la pobreza, los del norte con los del sur. No me atrevería a decir que esta ciudad te enamora, más bien es un lugar que no te deja indiferente: o te gusta o te parece un engendro.
Ha resurgido de las cenizas de la 2ª Guerra Mundial, pero yo no diría que es el ave fénix, para mi es más parecida a Frankenstein. Han reconstruido el centro intentando darle un aspecto tradicional, pero los rascacielos del resto de la ciudad hacen imposible que imagines que estás en una ciudad encantadora. A mi me parece que está encantada por el poder del dinero.
El casco histórico, donde se encuentra el Ayuntamiento, (Rathaus) intenta agradar al turista, pero no deja de parecer un decorado impuesto en el centro de la ciudad.
Nos alejamos de la parte monumental y nos acercamos a la parte comercial. Toda la zona está llena de tiendas, desde las mas normales a las más lujosas. Nos encontramos con un biergarten enorme que ofrece comida de cualquier tipo y bebida de manzana o cerveza. Para despedirmos decidimos comprar salchichas frankfurt, no podía ser de otra manera.
El tiempo pasa rápido y empezamos a recorrer el camino a la inversa, dirigiéndonos a la estación de tren para regresar al aeropuerto. Nos encontramos algunos lugares pintorescos como la Ópera
Un oso y un toro que fueron donados como símbolo de los mercados a la ciudad de Frankfurt y que resume claramente quien gobierna en este lugar.
Una última mirada y llegamos a la estación de tren.
Hemos visitado todos los que están, pero no todos los que son.
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